No te metas en política (o sí)

El pasado mes de enero se publicó la noticia de la detención del guitarrista Jon Schaffer, conocido por ser el alma mater de los veteranos Iced Earth, por su implicación en el asalto al Capitolio por parte de un grupo de seguidores de Donald Trump tras la derrota de este en las pasadas elecciones presidenciales estadounidenses. Las reacciones no tardaron en producirse. De un lado, este mes de febrero, sus compañeros de Iced Earth Luke Appleton y Stu Block y Hansi Kürsch de Demons & Wizards se apresuraron a desvincularse del músico, por lo que se puede considerar a estos últimos como muertos y enterrados, mientras que ya veremos lo que pasa con los primeros.
Por otra parte, muchos fans de Iced Earth de toda la vida corrieron a expresar su malestar para con el veterano artista, hasta el punto de pretender quemar todos los discos de la banda. Histrionismos aparte, no cabe duda que Schaffer se ha metido en un berenjenal de tres pares, pero, lejos de emitir juicios de valor al respecto, entremos un poco en la implicaciones presentes en este acto.
Desde la aparición de lo que conocemos como postmodernismo se ha discutido sobre el hecho de que los artistas se posicionen o no dentro o fuera de sus obras de arte. Todos conocemos casos como el de Faust, ex-miembro de Emperor condenado por asesinar a una persona de condición homosexual en 1992, o Varg Vikernes (Burzum, Mayhem), declarado defensor del supremacismo racial y también condenado por el asesinato de su compañero de banda Euronymous. Del otro lado de la balanza podríamos nombrar las proclamas ideológicas de grupos como Soziedad Alkoholika o Kreator, entre tantos otros.
No nos engañemos. Aquí somos todos adultos y nadie va a decirle a nadie lo que tiene o lo que no tiene que hacer. Tanto derecho tiene el artista A de revelar sus afinidades políticas como el artista B de mantenerlas en secreto. A su vez, cualquier seguidor tiene todo el derecho de seguir o de no seguir a cualquier artista por el motivo que considere oportuno, política incluida, y el artista tiene que aceptarlo irrenunciablemente.
En el caso concreto de Schaffer, en ningún momento vamos a cuestionar su incuestionable talento, ni tampoco vamos a hacer juicios de valor sobre su pensamiento político. Cada uno elige la opción política, religiosa... que cree conveniente. Sin embargo, eso no significa que nuestro metalero amigo esté totalmente libre de culpa. En el momento en el que Jon Schaffer acudió al Capitolio junto con la masa enfervorecida, cruzó una línea que nunca nadie debería cruzar o haber cruzado, fuera cual fuera su orientación política, la de protestar contra un resultado electoral sobre el que no se ha demostrado que haya fraude más que por la palabra del perdedor. Esto sí que es algo que a estas alturas del partido debe ser enérgicamente rechazado y condenado por todos aquellos que nos consideremos partidarios de una convivencia pacífica y civilizada entre personas de diferente pelaje, y es este hecho, y ningún otro, el que ha conseguido que Jon Schaffer deje de ser una persona respetada por este humilde redactor.

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