Carta abierta al tipo que estaba a mi lado en el concierto de Iron Maiden

Querido compañero circunstancial de concierto:

Después de las insistentes quejas que proferiste de forma continuada durante las más de dos horas que duró la actuación de Iron Maiden, celebrada el pasado 29 de julio en el Estadio Olímpico Lluís Companys de Barcelona, he decidido escribirte esta carta.

Como bien sabrás, la historia de Iron Maiden se remonta a mediados de la década de los 70, momento en el que un joven del extrarradio londinense con unas ciertas aspiraciones deportivas decidió crear su propia banda para dar salida a los temas que componía con su bajo. Tras mucho picar piedra, finalmente llegó un contrato con EMI en 1979, un primer disco en 1980 y una fama que tuvo su cima durante esa década, pero que llega hasta nuestros días.

Pues bien, lamento tener que decirte que la década de los 80 queda ya muy lejos, y no sólo eso, sino que además no va a volver. Supongo que entenderás, porque eres un tipo inteligente, que cuando tienes una carrera musical de más de cuarenta años y diecisiete discos, pero sólo dispones (por el motivo que sea) de dos horas para estar sobre el escenario, estás obligado a hacer descartes y ciertos equilibrios entre lo clásico y lo nuevo. Aquella noche éramos cincuenta mil personas en el Estadio Olímpico, cincuenta mil almas con cincuenta mil set lists diferentes en cada uno de nuestros cincuenta mil cerebros. Sin ir más lejos, pese a que el set list me pareció, cuanto menos, correcto, sí que eché de menos, por ejemplo, temas como “2 Minutes to Midnight” o “Wasted Years”. ¿Cómo pretendes que el repertorio de la noche (que había sido, por cierto, publicado con bastante antelación) se ajuste al milímetro a lo que tú crees que debería ser?

Sí, sé perfectamente que habías pagado tu entrada y que tenías perfecto derecho a quejarte, pero resulta que yo también había pagado la mía, y tenía derecho a disfrutar de un concierto que llevaba, como todos allí, casi tres años esperando sin notar el matraqueo constante y molesto de una voz soltando frases del tipo “a ver si tocáis una buena” (como si fueras tú el que decide, entre esas cincuenta mil personas, qué temas son buenos y qué temas no lo son) o “vaya mierda de concierto” detrás de mí entre canción y canción. Si no te gusta lo que estás viendo, la solución es muy fácil. Yo lo he hecho alguna vez, incluso habiendo pagado una entrada, y créeme que alivia muchísimo.

No quiero extenderme demasiado con este escrito, pero cuando una persona actúa de una determinada manera, la explicación de esa actuación debe venir de las circunstancias propias de esa persona. El concepto de libertad, puesto que libertad tenemos todos (o el haber pagado la entrada, puesto que la hemos pagado todos) no sirve para justificar determinadas actitudes. En otras palabras, esa libertad que a ti te ampara a la hora de comportarte de la forma que creas conveniente es exactamente la misma que me ampara a mí a la hora de opinar sobre tu comportamiento.

Es una lástima que no pudieras disfrutar de una noche inigualable, tal como hicimos (en la medida de lo posible) el señor de Salobreña que tenía a mi otro lado, el hombre y su hija adolescente que habían venido desde Eibar y que estaban más allá, mis amigos y yo mismo. Un concierto se hace entre músicos y espectadores, y sólo con la complicidad de ambos elementos se alcanza esa plenitud.

Con mis mejores deseos,

Franz S. Heiligen